martes, 7 de enero de 2014

No boy, no cry.

Creí que las noches de tanto llorar ya habían terminado, pero ayer recordé algo. Ayer, antier, incluso antes de antier, hoy y mañana siempre recordaré.

Recordé una vez que estábamos en el metro y terminé con él. Él no parecía afectado por lo que le estaba diciendo.
Se veía muy tranquilo, incluso hacía bromas. Y yo por dentro me deshacía.

A él no parecía dolerle, y eso fue una de las cosas que más me dolió.

No sé si sólo se hacía el fuerte o quería aparentar que nada pasaba. O ya se había resignado. O peor (al menos para mí): eso era lo que él estaba queriendo desde hace tiempo.
Ni su voz, ni sus ojos, su respiración, sus movimientos... Nada. No había signo o alteración alguna de que él se sintiera mal o triste.

Nos despedimos unas cuántas veces; yo no quería hacer contacto pero al despedirnos él me daba una palmada o un beso en la mejilla. Yo no quería que me tocara porque todo me dolía, me sentía frágil y pensaba que en cualquier momento iba a deshacerme. Avancé lejos entre la gente y me dirigí de vuelta a casa.

No lo vi ni lo busqué mientras esperaba al tren.

Llegué a la línea que me llevaba directo a casa, pero no era ahí a donde quería ir.

Dudé unos minutos y empecé a llorar mucho. La gente se me quedaba viendo (supongo que debí verme muy extraña) y saqué mi celular. Le llamé a mi mamá. Le conté lo que había pasado y cómo me sentía, todo eso mientras lloraba. Incluso le llamé a un amigo porque dudé que podría seguir yo sola hasta mi casa. Me temblaban mucho las piernas y me daba vueltas la cabeza.

Mi madre me dijo que hiciera lo que tuviera que hacer. Lo que yo de verdad quería hacer.

Entonces transbordé.

Miré la hora en mi reloj porque él tendría clases en la tarde y yo no quería esperar ni un minuto más. Esperé impaciente a los trenes para que me llevaran rumbo a su casa. Corrí por las calles lo más rápido que pude. Corrí. Corrí y corrí y corrí. Casi me atropellaron. Casi me perdí. Pero seguí corriendo.

Llegué a las 04:50 de la tarde. Pensé en gritarle desde afuera del edificio pero quizá estaría terminando de comer o de arreglarse para irse. De modo que decidí esperar afuera, ya que él se iría a las 05:30.

Tenía el temor de que se hubiera ido directo a su escuela y que no estuviera en su casa. Dudé varias veces en gritarle o llamarle pero finalmente decidí a esperar.

Escuché el sonido de una puerta y me paré justo al final de las escaleras. Él estaba enfrente pero del otro lado de la reja.

Pensé que le extrañaría verme, o que se enojaría, o, mínimamente, que estaría feliz. Pero, una vez más, no vi rastro de sentimiento alguno. Nada. Más bien tenía una cara y una expresión de "¿Qué? ¿Tú qué onda?".

Abrió la puerta tranquilamente y bajó las escaleras hasta pararse frente a mí. No recuerdo qué nos dijimos. Nos abrazamos muy fuerte y creo que nos besamos. Tomamos nuestras manos como siempre y empezamos a caminar hacia su escuela.

Me sentía feliz y tonta o tonta de felicidad, no sé, pero sentía una tranquilidad enorme al ir caminando por los rumbos de su casa, hacia su escuela.

Nos detuvimos en una esquina antes de un cruce. Tomó mi cara entre sus manos y me dijo "Ahora sí vamos a echarle ganas los dos." Lloré una vez más. Nos besamos de nuevo.

Confieso ahora que ese "vamos a echarle ganas" me molestó, sin embargo no se lo dije. Yo siempre traté de poner de mi parte, e incluso lo hice (controlé mis celos, fui más detallista, expresiva, participativa, propositiva, optimista, tranquila, paciente, amigable, fui a terapia para quitar o al menos controlar las cosas de mí que nos afectaban); no obstante, a él lo notaba igual, desapegado, desganado, poco afectivo, poco comunicativo, poco detallista, abstracto, poco atento, sin ánimos para hacer las cosas...

 Él casi nunca me dio flores. Y yo nunca se las pedía. No sé si tenía algo que ver. Sin embargo, la vez que me atreví a decirle que quería una rosa, lo único que él me dijo fue "Algún día la tendrás".

Volvimos a terminar ya definitivamente. Y aunque se lo pedí, no me regaló una flor.

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